Una llama permanente (anécdota)

En Septiembre de 2012 y con motivo del centenario de su fundación, la empresa Ceras Roura editó un libro que recogía diferentes etapas de esa existencia.

Hace ya muchos años que mantenemos una relación comercial que ha derivado también en aprecio personal. Tanto es así que la compañía catalana quiso que Grupo Garau, fuese una de las marcas seleccionadas para la publicación de unas páginas de opinión, dedicadas a amigos y conocidos.

Fue el fraile Sebastià Roura Casadevall (Olot 1876 – Figueres 1918) el fundador de esta compañía. Aunque antes de invertir en la cerería, había estado destinado en Hong Kong, en Manila y en las Islas Carolinas, cumpliendo con las misiones de la Orden de los Capuchinos, a la que pertenecía.

Había marchado en 1894 y regresó en 1908 para ejercer como sacerdote en un colegio de Fortianell. En aquel entorno, Sebastià creó y puso a la venta los primeros cirios para altares.

A partir de ese momento, Sebastià se puso en contacto con distintos fabricantes de Europa de componentes para velas, para que le aconsejasen y le suministrasen material.

Tras su muerte en 1918 durante una epidemia de gripe, su hermano Genís tomó los mandos junto a su hijo Gabriel.

Hasta llegar a nuestros días, Ceras Roura ha ido escribiendo una serie de capítulos en su historia que también quedan reflejados en el mencionado libro.

Se destacan “las pastillas de carbón” como uno de los primeros productos que se sacaron al mercado, pero también la patentada “Lámpara Roura” que funcionaba con aceite, las candelas, las velas y los cirios que aquel tiempo se hacían a mano, formaban parte del catálogo de referencias. Hasta que en 1974 se automatizó la fábrica.

Los ingredientes fijos eran; la cera de abejas, las parafinas, las ceras de ozoquerita y la carnauba, para las mechas, se usaba hilo de algodón trenzado.

Pero antes, en 1936 con el estallido de la guerra civil, Gabriel y su hermano Rafael que se había incorporado en las tareas de la cerería, eran detenidos y encerrados en el Castillo de Sant Ferran de Figueres, donde coincidieron con ciudadanos conservadores y sacerdotes de la comarca que por aquel tiempo, eran considerados enemigos de la causa.

Algunos fueron asesinados y los dos hermanos condenados a prisión, a un año Gabriel y medio año Rafael.

Al salir Gabriel, lograron escapar y con ayudas de amigos, lograron refugiarse en Irún en setiembre de 1937, carteándose con la familia, gracias a una red de contacto de franceses.

Allí, alquilaron un almacén y comenzaron a producir de nuevo, mandando pedidos a Bilbao, Valladolid, Oviedo y otras ciudades.

En 1938 reciben la visita de Ramona Roura que había huido de Figueres.

Regresaron a Figueres en 1940, encontrando que los bombardeos de la aviación franquista habían destruido su negocio. Aún así se empeñaron y montaron la fábrica en junio de 1940, incluyendo una tienda que hoy todavía existe.

Debido a los problemas de suministro de parafinas ya en la postguerra, la familia comercializó otros productos que posteriormente vendieron durante décadas: En Navidad de 1943 comenzaron a vender figuritas de pesebre y posteriormente tallas y figuras religiosas, pastillas de jabón que se fabricaban en el obrador de la tienda, flores de papel, trajes de soldado romanos, los exvotos, las barritas de sal que se usaban en los bautizos y también hostias.

Para fabricar los cirios, se colocaban las mechas en un torno y estas se quedaban colgando, luego se sumergían en cera caliente y una vez calibrados, los cirios se extendían sobre la mesa y se aprisionaban con maderas y contrapesos, para que al enfriarse quedasen rectos. Se igualaban por debajo, cortándolos con cuchilla y se dejaban a la vista unos cinco centímetros en la parte superior.

A mediados de los años 50 el hijo de Gabriel Roura, Sebastián pasó a dirigir la empresa y fue este quien años más tarden, en 1975 decidió trasladar la fábrica a un polígono industrial. Se pasó de tener 300 m2 a disponer de 1.080 m2, incorporando una caldera de aceite térmico y un ordenador Philips de grandes dimensiones.

Los colores y las formas comenzaron a ser frecuentes en la nueva fabricación, ampliando el horizonte de las velas, a temas decorativos, infantiles, exótico, artístico, experimentando series inspirados en helados y pasteles.

Se abrieron relaciones comerciales con la cerería italiana Sgarbi de Oggiono de Milán lo que supuso la exploración de nuevos mercados en Europa. En aquel tiempo se adquirió la primera máquina automatizada.

El 18 de septiembre de 1998 la nueva fábrica sufrió un terrible incendio que devastaría las instalaciones por completo. Aún así, la familia, los trabajadores, clientes y proveedores hicieron posible que la empresa continuase. Con un esfuerzo colectivo se alquilo un almacén para seguir manipulando materiales semiacabados que proporcionaba la empresa italiana Sgarbi y la catalana Cerabella.

El nuevo complejo Ceras Roura no se hizo esperar y se construyó a gran velocidad en el Polígono Industrial de Figueres y así se inauguró, nueve meses después del incendió, el día 15 de junio de 1999. Aquel día estuvimos rodeados por nuestros amigos, clientes y proveedores.

La empresa ha recibido galardones y reconocimientos por parte de diferentes instituciones y organismos, reconociendo su labor y ejemplaridad.

La familia sigue gobernando el futuro de la empresa, ocupando los cargos más relevantes de la misma y con la intención de asegurar su viabilidad, a base de productos de calidad en la creación de atmósferas, espacios y ambientes. Luces perfumadas para cada lugar, para cada carácter y sin dejar de investigar para incorporar productos de nueva generación como las velas de aceite corporal.

Larga vida, para una empresa inimitable.

Grupo Garau.

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Publicado el: 12 de febrero de 2018